Los dragos gemelos de Breña Alta, apegados a la carretera de acceso al barrio de San Isidro, son protagonistas de una de aquellas leyendas que nos trasladan a un mundo de fantasía que, como casi siempre, encuentran en el amor una argumentación encantadora, aveces cruel, pero nunca indiferente.
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La doncella, al enterarse de la triste desventura, se consideró causante del fallecimiento de sus dos pretendientes y juró que jamás sería de nadie, sino del recuerdo de los dos hermanos. Apenada y desconsolada quiso que la imagen de los dos jóvenes fuera superior a su propia existencia. Se trasladó por las laderas de la Cumbre, al poniente de La Palma, en busca de dos gajos de dragos para luego, cariñosamente, sembrarlos paralelos y próximos en el mismo lugar donde los dos hermanos habían regado su sangre, para cada día regarlos, ya que sentía el mismo amor y compasión por ambos. De esta forma, según el relato, se cumplieron los deseos de inmortalidad de un recuerdo y, sobre todo, de un amor.
Con el tiempo y lentamente los dragos, uno por cada hermano, fueron creciendo entrelazando fuertemente sus ramas. En la actualidad, ya no se sabe cuál es uno y cuál es el otro, permanecen altaneros y abrazados en la larga longevidad de esta especie de árbol, como si quisieran ser el símbolo de un destino común por amor a una bella mujer.
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