El último domingo del mes de agosto de los años pares, a la puerta de la verbena se escuchan unos relinchos mientras suena el ritmo inconfundible de la Polka de los Caballos. Así comienza la suelta de los caballos fuscos en el municipio de Fuencaliente, ricamente vestidos con faldones terminados en flecos y caballeros trajeados de oscuro, con corbata y sombrero, que los montan envueltos por el humo de antorchas, bengalas y voladores.
El encargado de su construcción fue el carpintero Blas Cabrera Hernández, fallecido en 1.918, quien también construía figuras de toros, enanos y cabezudos. Le sustituyó en la tarea su hijo Cornelio, a cuya muerte la tradición se fue perdiendo poco a poco, hasta que en 1978 la recuperó Margarita Hernández y se incorporó a la fiesta de la Vendimia.
Tazacorte
A finales de septiembre, durante las fiestas de San Miguel y al ritmo de la canción “Vuela, vuela, palomita” se bailan los caballos fufos, armazones de ligeras cañas envueltos en papeles de seda, que recorren las calles movidos por un hombre vestido de jinete. La banda municipal de música y la gente del pueblo que va cantando la letra, cierran el cortejo. Dispuestos en dos filas paralelos, los caballos fufos se entrecruzan bajo la dirección del jinete de una esbelta jirafa que encabeza el grupo, desplazándose hacia adelante y hacia atrás, mientras bromean con los espectadores y les embisten al ritmo de su danza.
Al parecer fue Eustaquio Pérez, emigrante en Cuba por los años veinte, quien trajo los caballos fufos desde la isla caribeña, donde los creó para una fiesta de isleños (canarios). Una vez en Tazacorte, éste contó con la ayuda de su paisano Manuel Pitito para realizarlos.
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