Aunque esta fiesta no entrara dentro del calendario habitual palmero, es tan importante que mínimamente merece esta entrada.
Cada lustro se celebra en Santa Cruz de La Palma, entre junio y agosto, la Bajada de la Virgen. Su origen se debe a la escasez de lluvia y la consecuente petición a la Virgen de las Nieves, patrona de La Palma.
Con la izada de la bandera de María y la Bajada del Trono comienza en santa Cruz de La Palma la Semana Chica.
El primer domingo de julio, desde el Santuario del monte, los romeros, ataviados con los trajes tradicionales de la isla, bajan por el camino del Planto las 42 piezas de plata del trono de la Virgen, que entregarán en la iglesia de El Salvador —que será su morada durante su estancia en la ciudad—; luego la multicolor romería, con rondallas y grupos de baile prolongan las fiesta hasta la madrugada.
Los mascarones (gigantes y cabezudos) simbolizan personajes como la bruja, la luna de Valencia y el Bisquit (personaje bautizado popularmente con el nombre de unas galletas).
Durante la siguiente semana, llamada Semana Grande, tienen lugar los actos más significativos de la Bajada de La Virgen.
El lunes sale La Pandorga, desfile nocturno de faroles de múltiples colores y formas (estrellas, dragones, coches...) llevados por niños que recorren calles a oscuras acompañados de la banda de música. Al final de este desfile, en La Alameda en el barranco de las Nieves, los queman en una gran hoguera.
El martes es cuando niños-as y jóvenes de entre unos 6 y 18 años, aproximadamente, comparten la grandeza del escenario urbano de la capital insular para insinuar a los espectadores, aglomerados en las aceras, la deslumbrante destreza de su epopeya acrobática, de su poética danza, al calor de la omnipresente melodía chispeante.
El miércoles es el día destinado al Minué, o Danza del siglo XVIII. Se celebra desde 1945 —año en que sustituyó a la Danza de Niños—, con música diferente cada año.
En esta misma semana, el jueves, se interpreta la Danza de los Enanos, sin duda el número fuerte de la fiesta.
En 1905 Miguel Salazar, comerciante y responsable de la dirección de este número de las fiestas lustrales, crea la transformación. En la primera parte los danzantes representan cualquier personaje (monjes, japoneses, marinos, astrónomos, peregrinos, viejos, estudiantes, dominicos, atenienses), mientras bailan y cantan. A Santos Rodríguez se debe la polca de la segunda parte compuesta para la edición de 1925 y que ha quedado como tradicional y permanente.
En la segunda parte esos personajes se transforman, sólo en unos segundos, en enanos y comienzan a bailar una rápida y emocionante polca.
Es otro de los secretos —de los mejor guardados— de la isla, que aunque todos lo imaginan o incluso lo saben, nadie desvela. De la plaza de Santo Domingo y del Recinto Central se trasladan a las calles adoquinadas de Santa Cruz de La Palma donde la comitiva de enanos continúa bailando toda la noche, hasta que los primeros rayos del sol se reflejan en los mástiles del barco de la Virgen, en La Alameda.
Al día siguiente (viernes) el Carro Alegórico.
El sábado comienza a bajar la Virgen desde su Santuario. El domingo llega a su destino en la Iglesia del Salvador.
Antes, en el barranco de Las Nieves se representa el diálogo entre el castillo y la nave.
La Loa de recibimiento es la composición para coro, solistas y orquesta sinfónica que se interpreta a la llegada de la Virgen de Las Nieves a la plaza de España.
El 5 de agosto la Virgen vuelve a su santuario.
A escasos quinientos metros de los últimos edificios encontramos la cueva de El Roque. En este lugar se lleva a cabo, desde 1925, la representación de La Cueva, una alegoría «al encuentro y fusión de dos razas, benahoarita y española, bajo la tutela de la Virgen de Las Nieves».
A mediodía, tras varias horas de camino, la imagen de la Virgen llega a la plaza de Las Nieves y, entre los aplausos del gentío, vuelve a cruzar el umbral del Santuario, del que partió tres semanas atrás.
Estas fiestas lústrales marcan en La Palma el paso de la historia, que aquí no se mide por días, por años, ni siquiera por décadas, se miden por el antes y el después de la Bajada de la Virgen de las Nieves.
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